DISCURSO DE BIENVENIDA
DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA FRANCESA,
SR. JACQUES CHIRAC
CON MOTIVO DE LA LLEGADA
DE SU SANTIDAD EL PAPA JUAN PABLO II
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TARBES – HAUTES-PYRENEES
SÁBADO 14 DE AGOSTO DE 2004
Santo Padre,
Es para mí un placer y un honor acogerle y darle la bienvenida hoy en Tarbes. Francia se alegra de recibirle de nuevo con motivo de esta peregrinación a Lourdes, la segunda después de la que realizó en 1983.
Siete veces, Santo Padre, vino a nuestro país, vieja tierra cristiana; ocasión especial fue la de las Jornadas Mundiales de la Juventud que, en agosto de 1997, reunieron en París a más de un millón de jóvenes. Las francesas y los franceses mantienen vivo ese recuerdo.
El año pasado celebró en Roma el vigesimoquinto aniversario de Su pontificado, rodeado de aquellas y aquellos que acudieron de todos los continentes para expresarle su admiración, su afecto y sus mejores votos.
Este año ha elegido volver a Lourdes, en donde se encarna el recuerdo de una santa francesa, Bernadette Soubirous, mujer de corazón y de fe, que dio esperanza a los más desposeídos, fuente de consuelo e inspiración para los católicos de todo el mundo.
Todos valoramos el alcance de Su llegada a estos lugares excepcionales en los que se dan cita tanto valor, tanta dedicación y tanta solidaridad.
Peregrino entre los peregrinos, Su presencia, Su solicitud, Su ejemplo reavivarán el fervor de todas aquellas y aquellos que vengan, a menudo en el sufrimiento y en la enfermedad, a rezar a Lourdes, estos lugares de fe y esperanza.
Mañana celebrará la Eucaristía que, en este lugar y día dedicados a la Virgen María, adquirirá una resonancia especial.
Efectivamente, más allá de las creencias y convicciones de cada uno, una conciencia universal se va abriendo paso. Con demasiada lentitud seguramente, pero de modo inexorable, así lo esperamos, los pueblos, las naciones, los Estados están reconociendo que amparar al más débil, al más frágil, al más desposeído constituye un deber, un imperativo moral que trasciende las fronteras.
Francia y la Santa Sede se reúnen en este combate por un mundo que sitúe al hombre en el corazón de todo proyecto.
Un combate por la paz, para que las relaciones entre los Estados estén sujetas a la ley, oponiéndose a la política del hecho consumado, promoviendo el diálogo entre culturas como antídoto contra la violencia y el rechazo del otro.
Un combate por la libertad, el reconocimiento de la igual dignidad de todos, hombres y mujeres, el rechazo de todas las formas de discriminación, opresión, racismo y odio, especialmente urgente ante el actual aumento del fanatismo y la intolerancia.
Un combate por la solidaridad, la justicia y el progreso social, para que cesen los escándalos de la pobreza masiva, el analfabetismo o el hambre, cuando el mundo nunca ha sido tan rico.
Un combate por la naturaleza, que el Hombre recibió en herencia y que debe tratar con respeto y precaución si quiere garantizar su futuro y el de las generaciones venideras.
El ideal que nos anima es el de una humanidad unida alrededor de valores universales, capaz de este modo de respetar y celebrar la diversidad de sus historias y sus culturas, una humanidad tanto más segura en su busca de conocimiento y progreso cuanto que se somete a la ética de responsabilidad y la exigencia de solidaridad.
El infatigable peregrino que es encarna estos combates, al igual que encarna la audacia, el valor y esa fuerza que hace de Usted, Santo Padre, un pastor universal y un hombre de paz.
Que Su estancia en la tierra de Francia traiga serenidad y esperanza a todas aquellas y aquellos que Le escuchen y Le sigan.
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