Palacio del Eliseo, Miércoles 23 de junio de 2004
Señora y Señores Ministros,
Señores Parlamentarios,
Señoras y Señores, Estimados amigos:
Es un gran placer y una gran emoción para mí recibir en el Palacio del Eliseo a una delegación de representantes de los Amerindios, como ya tuve el gusto de hacerlo hace ocho años, el 20 de junio de 1996.
Agradezco a nuestro. Ministro de Turismo, mi amigo Léon BERTRAND, que ha tomado la iniciativa de renovar este encuentro, al que concedía, muy naturalmente, un interés particular.
Agradezco a la Presidenta de la asociación OKA/PERÚ, Sra. Zoila HERNÁNDEZ, que ha mantenido vivo el espíritu de 1996 y que ha federado las asociaciones amerindias para alimentar su diálogo y continuar su combate.
Agradezco a todas aquellas personas que han manifestado en Francia su solidaridad con esta causa y que han contribuido a organizar este acontecimiento.
Señoras y Señores:
Ustedes que vienen de todas partes de América conservan, en los diversos destinos de los países donde viven, el recuerdo de una historia común interrumpida brutalmente hace cinco siglos por la irrupción de los conquistadores en busca de El Dorado.
Ustedes son los herederos de civilizaciones suntuosas, mutiladas por la historia, pero de las que hemos aprendido finalmente que aportaron a la humanidad tesoros de arte y saber. Civilizaciones maya, azteca, inca, norteamericanas, arahuaca y tantas otras, unas todavía vivas y otras desaparecidas, pero todas marcadas por la tragedia de la Conquista.
Sus pueblos fueron las víctimas de la historia y la colonización. Dramática destrucción de los imperios de América Central y del Sur bajo los azotes de la invasión; lenta y violenta desaparición de los Indios de las llanuras de América del Norte al ritmo de la conquista del Oeste; aculturación brutal de los Inuit a principios del siglo pasado... Cada vez, fueron vidas interrumpidas, ciudades destruidas, pilladas, países avasallados, costumbres prohibidas, culturas negadas.
De generación en generación, pese a la dominación extranjera, pese al ostracismo y la estigmatización, los suyos han perpetuado el recuerdo de esos tiempos antiguos y preservado sus lenguas, sus tradiciones, sus modos de vida y su memoria. Ustedes son los hijos de esas naciones, decididos a permanecer fieles a su herencia y a reconquistar una dignidad que los siglos pasados les habían negado
Francia es sensible al destino de sus pueblos. Prendada de universalidad y fraternidad, se siente conjuntamente responsable del futuro del mundo, del porvenir de todas las comunidades que lo constituyen y, ante todo, del destino de los más vulnerables, "esas flores frágiles de la diferencia", cuyos derechos no ha cesado de defender Claude Lévi-Strauss.
Francia participó en la epopeya, sombría y gloriosa, de la Europa lanzada a la conquista del mundo. Así fue como se volvió americana y se instaló a lo largo de lo que actualmente es Canadá y Estados Unidos, al mismo tiempo que tomaba posesiones caribeñas y amazónicas. Este pasado vive en el presente: la Guyana y las Antillas francesas siguen en nuestro seno y aportan a la colectividad nacional sus talentos y su genio.
Desde nuestro último encuentro, me parece que la causa de los pueblos autóctonos ha progresado. Esto es cierto, primeramente, en el continente americano, cuyos Estados respetan más, cada uno a su manera, su lugar, sus idiomas y sus culturas.
Pienso en la creación de Nunavut, primera tierra autónoma inuit, magnífico reconocimiento de la especificidad de este pueblo que, ahora, se gobierna a sí mismo en el seno de Canadá.
Pienso en la fuerza de las asociaciones indígenas en los Estados Unidos de América, en la conciencia que tiene ahora el pueblo estadounidense de sus deberes y sus responsabilidades para con los pueblos indios.
Pienso en Guatemala, país que me recibió el mes pasado, y donde los derechos de la comunidad maya se están restableciendo progresivamente, como testimonia el papel confiado a la Sra. Rigoberta MENCHU TUM.
Pienso en la actitud cada vez más abierta de los países de América Central y América Latina, que son tanto más sensibles a estos asuntos cuanto que la democracia se arraiga en ellos y el progreso social se desarrolla.
Este movimiento es portador de esperanza, la esperanza de que, por fin, la herida de la historia podrá cicatrizarse; la esperanza de que, por fin, sus pueblos superarán los dramas del pasado; la esperanza de que sus culturas, estimuladas por el intercambio, encontrarán una fuerza nueva y volverán a florecer.
Al mismo tiempo, nadie puede permanecer insensible a la sorda tragedia que todavía se desarrolla, ante nuestros ojos, en todos los continentes: la desaparición lenta de las culturas y los idiomas minoritarios, doblegados por los movimientos dominantes. Hace sesenta años ya, Claude LEVI-STRAUSS narraba en unas páginas inolvidables la tristeza de los destinos de las comunidades del Mato Grosso y de la Amazonía, que él temía condenadas por la historia; decía la pérdida irremediable que constituiría la extinción progresiva de estos pueblos afectados por las epidemias que transportamos, por la deforestación de la que somos autores y por nada menos que la avidez de los hombres; lamentaba la agonía de esas culturas, que llamábamos salvajes sin comprender la fuerza de su organización, ya que dan muestras de tanta inteligencia y reflexión como cualquier otra.
El drama que se vive en las selvas amazónicas se vive también en las estepas de Europa boreal o de Asia Central, en los bosques y las sabanas de África, en los llanos de los Estados Unidos de América, en las junglas de Asia del Sur y del Sudeste, y en los territorios del Pacífico.
En todas partes, se plantea la misma pregunta a nuestras conciencias, lancinante: ¿Cómo encontrarán su lugar en el mundo moderno estos pueblos ricos de un saber y una historia que se arraiga en lo más profundo de la experiencia humana, estos pueblos dotados de los mismos derechos que todos los pueblos de la Tierra, incluso si no están constituidos en Estados?
Francia rechaza la fatalidad de una disolución progresiva; rechaza el falso pretexto de reservas donde podrían recluirse, como pueblos testigo, los últimos representantes de los modos de vida más antiguos. Francia cree que debe encontrarse otra vía; una vía por la que estas tribus, estos clanes y estas naciones recorran a su ritmo el camino hacia la modernidad que hayan elegido, cuando puedan ser fieles a sí mismos y, a la vez, participar plenamente en los retos de su época.
Sin embargo, para lograrlo, se necesita una ruptura. Esa misma ruptura por la que ustedes luchan en sus países; esa misma ruptura por la que trabajamos en las Naciones Unidas preparando la Declaración de los Derechos de los Pueblos Autóctonos, cuya adopción constituirá el punto culminante de la década que se les ha consagrado a ustedes
No desconozco las dificultades que enfrentan los Estados soberanos, inquietos por su independencia y su unidad, pero ya es tiempo de que la particularidad y la dignidad de sus naciones sean reconocidas y protegidas en el derecho internacional.
De ello depende el respeto que la humanidad se debe a sí misma. De ello depende la globalización, percibida a menudo como una occidentalización impuesta y, por lo tanto, como una amenaza para las identidades. De ello depende la diversidad de las culturas y de los idiomas, sin la cual no hay futuro posible. De ello depende la herencia de nuestros padres y nuestras madres, de la que somos responsables ante las generaciones futuras. De ello depende la protección del medio ambiente, esta causa absolutamente urgente. La manera en que el mundo moderno sepa reconocer y abordar la cuestión de los pueblos autóctonos será el testimonio de su aptitud para dar nacimiento a una nueva etapa del progreso humano.
La causa de los pueblos autóctonos, tan particular en apariencia, se une a las grandes interrogaciones de nuestro tiempo. Deseo que Francia responda con un espíritu de fraternidad y de generosidad.
Deseo que presente a Europa un enfoque ambicioso. Con el Canciller Schroeder, de la República federal de Alemania, hemos decidido crear un grupo de trabajo encargado de presentarnos propuestas sobre la manera en que la Unión Europea podría comprender y ayudar mejor a los pueblos autóctonos. Ese grupo celebró su primera reunión en Berlín. Exhorto naturalmente a sus miembros a dar muestras de generosidad y de imaginación.
En Francia, la ley reconoce ya la diferencia del ultramar. Nuestro país se esfuerza por que las comunidades lejanas puedan vivir su identidad francesa permaneciendo fieles a su historia.
Por esta razón, Francia reconoce estatutos personales que no son los mismos que en la metrópolis, así como derechos colectivos y consuetudinarios, que no se encuentran en su tradición jurídica. Y está orgullosa de hacerlo porque sabe que, así, sus tierras de ultramar se sienten respetadas dentro de la colectividad nacional. Sabe que la unidad de la República y la unidad del pueblo francés son reforzadas por el reconocimiento de las culturas autóctonas.
Me complace, por último, que Francia lleve a cabo el proyecto del Museo del Quai Branly, que abrirá sus puertas en 2006, espero, en presencia de todos ustedes.
Con el "Pavillon des Sessions", el Museo del Louvre ya ha corregido una increíble e inaceptable anomalía: pese a ser el panteón de las creaciones humanas, estaba ciego a numerosas culturas. Por fin se ha abierto a ellas, para presentar mejor el verdadero relato de la aventura humana.
Con el Quai Branly, nacerá un nuevo museo profundamente moderno. Gracias a sus colecciones excepcionales, será, por supuesto, una celebración estética, pero también será una invitación al diálogo, al viaje imaginario, un lugar abierto a las interrogaciones de la ciencia y de todos aquellos movidos por la curiosidad del mundo, una iniciación a los secretos, a las sutilezas de culturas a veces muy lejanas y a veces misteriosamente cercanas a las de Europa. En estos tiempos de violencia, de arrogancia, de intolerancia y de fanatismo, el Museo del Quai Branly será una nueva manifestación de la fe de Francia en las virtudes de la diversidad y del diálogo de las culturas.
Señoras y Señores:
En 2006, Francia se propone acoger una reunión de los pueblos autóctonos del mundo, de la que el presente encuentro habrá sido el preludio. Será un mensaje de esperanza, un testimonio de confianza en el éxito del combate que ustedes dirigen para volver a tomar posesión de sus comunidades, para el reconocimiento de sus derechos y de su lugar en el mundo. Será el momento de un nuevo humanismo, una nueva etapa de esta reconciliación histórica. Deseándoles la más calurosa de las bienvenidas, les agradezco por trabajar en ello con ahínco, inteligencia y sensibilidad.
Muchas gracias.