Alocución pronunciada por Jacques Chirac, Presidente de la República, con motivo de la ceremonia binacional Franco-estadounidense (Colleville-sur-Mer,

ALOCUCION PRONUNCIADA POR JACQUES CHIRAC, PRESIDENTE DE LA REPUBLICA, CON MOTIVO DE LA CEREMONIA BINACIONAL FRANCO-ESTADOUNIDENSE

(Colleville-sur-Mer, 06 de junio de 2004)

Señoras y Señores Combatientes del Desembarco, Señor Presidente de los Estados Unidos de América, Damas y Caballeros:

En este importante lugar de la memoria de los hombres, en esta tierra sagrada de nuestra historia, arde para siempre la llama del recuerdo.

Henos aquí reunidos, contra la noche del olvido, para rendir homenaje a los Soldados de la Libertad, a los héroes legendarios de la operación Overlord.

Henos aquí reunidos, contra el tiempo que vuela, para recordar a las nuevas generaciones el sentido de un combate que todavía hoy ilumina nuestras conciencias.

Francia no olvidará jamás.

Jamás olvidará ese 6 de junio de 1944 en el que la esperanza volvió a renacer. Jamás olvidará a esos hombres que aceptaron el sacrificio supremo para liberar nuestra tierra, nuestra patria y nuestro continente del yugo de la barbarie nazi y de su locura asesina. Jamás olvidará lo que le debe a Estados Unidos, su amigo de siempre, ni lo que les debe a sus aliados, gracias a los cuales, Europa, por fin reunificada, vive en paz, libertad y democracia.

*

Hace sesenta años, en estas playas de Normandía, aquí mismo en Omaha Beach, Omaha la Sangrienta, se decidió el destino de Francia, de Europa y del mundo.

Hoy, ante estas cruces alineadas donde reposan para la eternidad sus compañeros, sus hermanos de armas caídos en el campo de honor, en el silencio del recogimiento, nos sumerge la misma emoción. El corazón se encoge ante tanto valor, tanta abnegación y tanta generosidad. El espíritu se eleva ante la absoluta abnegación de esa juventud que ofreció su vida para salvar el mundo.

En nombre de cada francés y de cada francesa, quiero expresar el eterno agradecimiento de nuestra nación, la deuda sin igual de nuestras democracias.

Quiero saludar esa audacia, ese impulso del alma humana que, negándose a aceptar la fatalidad de la esclavitud, descarriló la Historia para ensalzar a los hombres, a las naciones y a los pueblos.

Saludo la memoria y el sacrificio de todos esos combatientes.

Superando el miedo, todos sus miedos, con la justedad de su combate y la fuerza de su ideal, elevaron la conciencia humana a un plano superior.

*

Señor Presidente de los Estados Unidos de América:

Este día del recuerdo comienza aquí, en Colleville-sur-Mer, en este cementerio en el que Estados Unidos honra para siempre a sus hijos, ahora también los nuestros, esos niños tan jóvenes caídos por la libertad.

A toda la nación estadounidense, que comparte con nosotros estos instantes de recogimiento, a esos hombres y mujeres que pagaron el pesado tributo de esos días heroicos, quiero transmitir el mensaje de Francia, un mensaje de amistad y fraternidad, de reconocimiento y gratitud.

Hace más de doscientos años que Estados Unidos y Francia comparten los valores humanistas que fundamentan su destino. Nuestras dos naciones siempre han sentido la misma pasión por la libertad y el derecho, por la justicia y la democracia. Esos valores se encuentran grabados en lo más profundo de nuestras culturas, de nuestra civilización. Constituyen el genio de nuestros pueblos y son el corazón, el alma, de nuestras naciones.

De las planicies de Yorktown a las playas de Normandía, en el sufrimiento de esos conflictos mundiales que desgarraron el siglo pasado, nuestros dos países, nuestros dos pueblos, han defendido juntos, en la fraternidad de la sangre derramada, una determinada idea del hombre y una determinada idea del mundo. Una idea que se encuentra en el corazón de la Carta de las Naciones Unidas.

Francia, que ha conocido el largo trance de la guerra y de la ocupación, sabe todo lo que les debe a los Estados Unidos de América, al compromiso del presidente Roosevelt y a la acción del general Eisenhower. Todos y cada uno de los franceses, cada familia de Francia, guarda el preciado recuerdo de las horas de regocijo que siguieron al Desembarco. Todos y cada uno recuerdan también los terribles sufrimientos vividos en la batalla, tanto de los soldados como de las poblaciones civiles.

Hoy como ayer, esta amistad, hecha de confianza, de exigencia y de respeto mutuo, se mantiene intacta. Estados Unidos es nuestro aliado de siempre: una alianza y una solidaridad tanto más fuertes cuanto que se forjaron en esas horas terribles. Y cuando Estados Unidos vive algún trance, cuando la barbarie se abate trágicamente sobre Estados Unidos y el mundo, como aquel 11 de septiembre de 2001, tan presente en nuestras memorias y en nuestros corazones, todos y cada uno de los estadounidenses pueden contar con Francia. Su luto también es nuestro luto.

Al otorgar a cien veteranos estadounidenses aquí presentes y a los que saludo, la Cruz de Caballero de la Legión de Honor, mi intención es, en nombre de todos los franceses y francesas, demostrar nuevamente, esta mañana, esta amistad y nuestro reconocimiento.

*

Damas y Caballeros:

Este momento de memoria también es un momento para palabras de paz. El glorioso combate de los hombres a los que rendimos homenaje es una exigencia para el futuro, un deber para el presente.

Hace sesenta años, los Soldados de la Libertad cogieron las armas para que triunfaran los valores a los que aspira toda la humanidad: una visión del hombre y de su dignidad, de la paz, de la libertad y de la democracia.

Pero ese combate, ese combate del hombre contra sí mismo, no acaba nunca.

Frente a los peligros de nuestra era y nuestro mundo, ese mundo en el que la violencia y el odio demasiado a menudo se hacen con los hombres y los pueblos, el mensaje de los héroes del "Día más largo" y la antorcha que nuestros padres llevaron con orgullo y nos transmitieron, son nuestra herencia común y nos obligan a cumplir con un deber.

Un deber de memoria, para recordar este pasado tan próximo en el que el fanatismo, la negación de la diferencia y el rechazo del otro, arrojaron a niños, mujeres y hombres a la noche y a la niebla de los campos de la muerte. No olvidemos jamás que no puede haber futuro sin puntos de orientación, sin fidelidad a las lecciones de la Historia.

Deber de vigilancia, para combatir sin piedad todos los resurgimientos, todos los fermentos de odio que se alimentan de la ignorancia, del oscurantismo y de la intolerancia.

Deber de fidelidad a nuestros valores para que nuestra generación construya y legue a nuestros hijos ese mundo de progreso y libertad al que tienen derecho. Para construir esa sociedad del respeto y del diálogo, de la tolerancia y de la solidaridad, que fue el envite del combate que hoy conmemoramos. Para que siempre sople el viento de la esperanza.




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