Alocucion de Jacques CHIRAC, Presidente de la Republica, con motivo de la ceremonia conmemorativa del segundo aniversario de la muerte de Rafic HARIRI, antiguo Primer Ministro del Libano

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Paris, 19 de febrero de 2007


Querido Nazek,

Señoras y Señores, ministros y altas personalidades, amigos de Rafic Hariri, quienes han tenido a bien dar fe de estima, de respeto y de afecto por nuestro amigo,

Gracias por haber acudido hoy aquí, en este cita de recuerdo y de fidelidad.

De recuerdo, pues este es uno de los dolores que no se olvidan. Seguimos viendo a Rafic Hariri. Seguimos escuchando su voz. Dos años después del asesinato que ha marcado al mundo, cuyas incalculables consecuencias aún no hemos llegado a medir, nada ha podido colmar el vacío dejado en su ausencia y disipar el luto que seguimos llevando.

De recuerdo, pero también de fidelidad, pues el afecto de Rafic Hariri sigue brillando en el seno de su familia, de sus allegados y de sus amigos. El legado de este hombre de Estado visionario, tan tenaz en sus proyectos como prudente y sagaz en su acción, sigue, por fortuna, intacto. Ha creado la obligación moral y política de cumplir el deseo por el cual ha sacrificado su vida: un Líbano independiente y soberano, cuya diversidad libremente asumida difundiría su modelo, en estos tiempos de mortal locura, en un mundo amenazado por el choque de las ignorancias.

Hace pocos días, en Beirut, el tiempo quedaba suspendido, se disipaba la sombra de la fractura y los Libaneses comulgaban fraternalmente en su recuerdo. Ahora nos toca a nosotros.

A lo largo de los años que pasan, la imagen de Rafic Hariri se extiende ampliamente. La calidad humana que había en él estaba a la altura del talento de este impresionante hombre de Estado. Siempre a la escucha de los demás, sentía una especial sensibilidad por la miseria, por el desarraigo y por el sufrimiento. Su corazón era infinitamente generoso, su contacto infinitamente acogedor y su amistad indefectible. Su coraje, su tenacidad y su energía superaban cualquier obstáculo. Su fuerza de persuasión arropaba a sus interlocutores. Junto a él, podíamos sentirnos más grandes que uno mismo.

Este hombre incomparable puso todos sus talentos al servicio de un destino ambicioso. Como espectador desolado de los horrores de la guerra, prometió recuperar estos valores de tolerancia y ejemplos de modernidad que habían dado al Líbano su reputación histórica.

Reconstruir, en primer lugar, con este espíritu visionario del que dan fe el centro de Beirut y todas las grandes infraestructuras que, por desgracia, es necesario construir de nuevo. Más adelante, educar, con el fin de que la apertura de las puertas del saber a los jóvenes Líbaneses de cualquier confesión y condición disipen los temores, las incomprensiones y los odios que sentaron las bases de la guerra. Y, por último, crear escuela en la región, con el fin de que Oriente Medio se transforme y consiga realizar todas sus promesas sobre el modelo de un Líbano reconciliado consigo mismo.

Son muchas las ambiciones que podrían parecer temerarias. Pero ilustran la misma idea que tenía Rafic Hariri de su país, la pena y la humillación que sentía al ver cómo éste se convertía en rehén de sus vecinos, en cabeza de turco sobre el cual intercambiaban sus golpes a falta de atreverse a recibirlos ellos mismos. Al reivindicar alto y claro un Líbano soberano, independiente, libre y democrático, Rafic Hariri había devuelto a los Libaneses su dignidad y su orgullo. Al atentar contra él, se quiso acabar con el honor de un pueblo.

Rafic Hariri fue asesinado y, para todos nosotros, sus padres y amigos, la herida no tiene cura. Un tribunal internacional señalará a los responsables y hará justicia. De ello no tengamos duda alguna. Al haber podido matar al hombre, los criminales no han hecho más que amplificar el eco de su mensaje. Bajo el choque de esta tremenda prueba, la primavera en Beirut ha anunciado un cambio. Un pueblo que habían querido reducir al silencio se ha movilizado bajo la guía de una nueva generación de dirigentes, al frente de los cuales Saad Hariri ha tomado el relevo caído de manos de su padre. La comunidad internacional, ante el llamamiento de un pueblo que ha optado por vivir, ha podido levantarse de nuevo.

Salida de las tropas sirias, comicios libres, gobierno de gran unión que ha tratado de hacer frente a los desafíos.

Sin embargo, la guerra de este verano ha frenado esta dinámica y ha sumido de nuevo al país en una profunda crisis.

Hoy en día, por desgracia, el espectro de las disensiones y los enfrentamientos dibuja de nuevo su sombra amenazadora sobre el Líbano. El auge de las tensiones en la región endurece las discrepancias internas y despierta las injerencias externas. Nadie desea volver a vivir esta pesadilla, como bien ilustran por todos lados los mensajes de moderación y los angustiados intercambios. Si los Libaneses no se movilizan, el país podría volver a caer en una pendiente fatal.

Ante estas circunstancias tan difíciles, el mensaje de Rafic Hariri constituye una luz de guía para todos los demócratas, para todos los Libaneses, como fue antaño. Enseña que el recurso a la fuerza es siempre la peor de las soluciones, que no existe problema alguno que no pueda ser resuelto mediante la negociación y que tan sólo el diálogo podrá superar los obstáculos. Recuerda que la democracia es el marco privilegiado en el que se armonizan los intereses, en el que se reconcilian las memorias y en el que se forjan los valores comunes. Con la fidelidad hacia Rafic Hariri, llamo a todas los Libanesas y a todos los Libaneses a que encuentren el camino de la unidad, en torno a los intereses supremos del país, patria que es de todos ellos.

El Líbano, ante la inquietud que le sacude, debe recordar que no se encuentra solo. Francia mantiene con él una relación excepcional que permanecerá siempre. Así es como hace unas semanas, en París, la comunidad internacional, unánimemente, acudía a su lado, cada uno rivalizando por decir al gobierno legítimo y a la mayoría que lo apoyaba cuán grande era su estima, su confianza y su disponibilidad. Quisiera pedir a los Señores Embajadores aquí presentes, a quienes he tenido el privilegio de saludar hace un momento, que transmitieran a sus jefes de Estado o de gobierno nuestro reconocimiento por la cooperación que han aportado a esta obra global de solidaridad hacia el Líbano. Ante tales circunstancias privilegiadas, podríamos incluso soñar: si este impulso de solidaridad internacional se pusiera al servicio del entendimiento entre los Libaness, ¡qué increíble renacer podría tener lugar!

Hoy en día, Rafic Hariri ya no está entre nosotros y nada puede consolarnos. Pero su deseo sigue vivo. Le corresponde en primer lugar a su familia marcar su determinación y asumir este deseo, manteniéndose solidaria y unida, como Rafic Hariri lo quiso y, sin duda alguna, como lo sigue queriendo.